martes, 10 de noviembre de 2009

Grecia en peligro

La batalla de las Termopilas


Año 480 aC. Siguiendo con la política expasionista del Imperio Aqueménida, Jerjes I, emperador persa, se propuso conquistar Grecia y, tras reunir un ingente ejército de centenares de miles de hombres, y planificar cuidadosamente la logística de la campaña, inició las hostilidades. Los griegos, reunidos en confederación, planearon enviar un limitado contingente de tropas a algún puesto avanzado, fácil de defender, para detener el avance persa, mientras se organizaba la defensa en retaguardia. Atenas quería detener la invasión como fuese y consiguió convencer a Leónidas I, rey de Esparta, para que participase en la primera defensa de Grecia.

La batalla más importante se celebró en un lugar llamado valle de las Termópilas. Allí esperó a los persas un ejército compuesto por 300 hoplitas espartanos (a los que hay que sumar otros 600 ilotas, pues cada espartano llevaba dos siervos a su servicio), 500 de Tegea, otros 500 de Mantinea, 120 de Orcómeno y 1.000 hoplitas del resto de Arcadia: 400 de Corinto, 200 de Fliunte, 80 de Micenas, 700 tespios y 400 tebanos, además de 1.000 focenses y todos los locros.

Según las fuentes clásicas griegas, los soldados persas conformaban un ejército que oscilaba entre los 250.000 y el millón de efectivos. Sin embargo, la formación compacta e impenetrable de la falange griega era óptima para retener a la horda persa en un paso tan estrecho y en apariencia infranqueable.

Leónidas fue advertido sobre el gran número de arqueros que poseía Jerjes. Heródoto de Halicarnaso indica que se le dijo a Leónidas que «sus flechas cubrían el sol» y «volvían noche el día». Dienekes, soldado espartano, consideraba el arco como un arma poco honorable, ya que evadía el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Fue entonces cuando pronunció su famosa frase: «Tanto mejor; lucharemos a la sombra».

Se dice que Jerjes, al toparse con los soldados griegos, supuso que éstos se marcharían al ver la magnitud de su ejército. Pasaron cuatro días y Jerjes, impaciente, envió un emisario exigiendo a los griegos que entregasen sus armas inmediatamente para no ser aniquilados. Leónidas respondió: «Ven a buscarlas tú mismo» (Μολων λαβε). Así dió comienzo la batalla.

En un principio el rey lacedemonio no pensaba que pudiera perder la batalla. Lo angosto del desfiladero anulaba la superioridad numérica persa, su mayor protección les permitiría aguantar los envites persas y el mayor tamaño de sus lanzas podría darles suficiente ventaja en una lucha cuerpo a cuerpo; así había sucedido en la pequeña confrontación de la Batalla de Maratón.

Fila tras fila los persas se estrellaron contra las lanzas y escudos espartanos sin que éstos cedieran. Gracias a la compacta formación lacedemonia, y a pesar de la grave desventaja numérica, Leónidas y sus hombres se opusieron a las oleadas de soldados enemigos con un número mínimo de bajas, mientras que las pérdidas de Jerjes —aunque minúsculas en proporción a sus fuerzas— supusieron un duro golpe para la moral de sus tropas. Durante las noches, Leónidas solía decirles a sus hombres: «Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún soldado».

Frustrado e impaciente, Jerjes envió al frente a sus diez mil Inmortales, su fuerza de élite, llamados así porque cada vez que un Inmortal caía, otro corría a reemplazarlo, manteniéndose en la cantidad fija de diez mil hombres. Sin embargo, los resultados fueron los mismos. Los persas morían a cientos, la moral del ejército decaía y los griegos no mostraban signos de cansancio. La batalla continuó de esta forma durante 2 días. Fue entonces cuando Jerjes, abatido, recibió la ayuda que necesitaba.

Un habitante griego de la zona, llamado Efialtes, ofreció mostrarle a Jerjes un paso alternativo que rodeaba el lugar donde estaba Leónidas para acabar con su resistencia de una vez por todas. El afán de recompensa de Efialtes recibió un duro castigo, derivando su nombre en sinónimo de traidor en griego.

Sin dudarlo, Jerjes envió un importante número de sus fuerzas por ese paso. Este paso se encontraba defendido por los focenses, pero al verse sorprendidos durante la noche por los persas, fueron fácilmente barridos, sellando de esta manera la suerte de los defensores de las Termópilas.

Es en este momento, cuando se constata que la maniobra envolvente persa está a punto de cerrarse, que empieza a gestarse la leyenda: El rey Leónidas convoca a los generales, espartanos y aliados griegos y les explica la situación...
Cuando Leónidas detectó la maniobra del enemigo y se dió cuenta de que le atacarían por dos frentes, reunió un consejo de guerra, donde ofreció a los griegos dos opciones: podían irse por mar a Atenas o permanecer en las Termópilas hasta el final.

Es en este punto donde Heródoto menciona su creencia de que Leónidas permitiera la marcha de los aliados influenciado por «la consulta previa que, a propósito de aquella guerra, realizaron los espartiatas al Oráculo nada más estallar la misma. La respuesta que recibieron de labios de la Pitia fue que Lacedemón sería devastada por los bárbaros o que su rey moriría.
Quedaron él, los lacedemonios y algunos tebanos. Mientras el resto de la fuerza que había decidido irse se retiraba hacia Atenas, los 300 soldados de la guardia de Leónidas y mil griegos leales (los tespios y los de Tebas) se quedaron a presentar batalla y resistencia hasta el final; la suerte estaba echada.

Al despuntar el alba del tercer día, Leónidas dijo a sus hombres: «Tomad un buen desayuno, puesto que hoy cenaremos en el Hades». Decididos a inflingir el máximo daño al enemigo persa, los griegos salieron a luchar a la parte amplia del Paso. Primero lucharon al estilo tradicional del hoplita, usando el escudo como defensa y la lanza como mortífera prolongación de su brazo. Cuando todas las lanzas se hubieron quebrado, echaron mano de sus espadas cortas, las temibles xiphoi, que cayeron sobre los persas como una infalible máquina de quitar vidas.

Cuando la situación se hizo ya irreversible, y la tenza propiciada por Efialtes se cerró sobre ellos, los espartanos se retiraron a un montículo, decididos a no dejar un sólo grano de arena sin manchar de sangre.

Fue tal el ímpetu con el que los espartanos lucharon que Jerjes decidió abatirlos de lejos con sus arqueros para no seguir perdiendo hombres. Leónidas fue alcanzado por una flecha y los últimos espartanos murieron intentando recuperar su cuerpo para que no cayera en manos enemigas.
La batalla duró 3 días y los persas consiguieron derrotar a los temidos espartanos, pero éstos ya habían retrasado notablemente el avance persa, diezmado la moral de su ejército y matado a miles de soldados.



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